Vivir en Chihuahua

Juárez de Siempre, de toda la Vida visto con Ojos Nuevos

Vivir en Juárez/Bernardo J. García Medina
Siempre es grato regresar y ver imágenes plasmadas con amor en el recuerdo de los de siempre.
Es regresar y recorrer espacios coloridos. El paisanaje acostumbrado a todo menos a no comer.
El que se la rifa a diario, pelea, rebusca, promueve, encuentra y disfruta lo que la vida en la mejor frontera le depare.
Baste al visitante normal caminar frente al Templo de la Trinidad en la Francisco Sarabia y empezar su recorrido por la Rafael Velarde, recorrer los estantes de las fábricas de muebles, colchones, domésticos que compiten por la clientela con los carritos de bebé, esas carreolas junto a neveras, utensilios de cocina hasta llegar a la calle de Hospital.
De ese lugar hasta la Noche Triste sobre las banquetas en mesitas, tendidos o sobre cualquier cosa, se ofertan los aparatos, mercancías, refacciones, productos, ropa, calzado, artículos de limpieza hasta lo más sofisticado en celulares y aparatos de video.

Ya el paseo por la Velarde, la Mina es una competencia a todo pulmón entre oferentes de ropa, cachuchas, tenis, gorras, playeras, camisetas, llaveros, todo lo de casa en ferreterías.
Una persona se emboba checando precios, estilos, colores y le saturan los olores a menudo, tacos dorados, barbacoa, los picantes olores de los chiles rojos, sobre los estantes de la calle de la Paz.
Eso afuera, pero que tal los Restaurantes tradicionales dentro del Mercado Cuauhtémoc, la música, todo lo más completo en herbolaria, artesanías, pero lo mejor: la calidez juarense.
Ahí en medio de gritos y ofertas también se afanan las mujeres de faldas cortas y largas penurias, carencias y maltratos de todos:
Se prostituyen sin gritos a pleno día y en silencio en ese lugar y sin que nadie las moleste. Una sonrisa, un movimiento coqueto, un caminar a sus cuartos-celdas, la sonrisa y bye.
Caminar desde la Francisco Villa hasta el Puente Paso del Norte, permite ver a los extranjeros ya posesionados del Hotel la Poblana, que sin puertas, ni ventanas y con camas a la vista viven por 150 pesos diarios de lo que pueden.

En la Francisco Villa la icónica plaza Alberto Balderas, ya cerca y con grandes anuncios de renta para eventos públicos y privados, no sabe que pensar de una torre de hierros, concretos, grúas y amasijos varios de lo que dicen, será la sede del mega proyecto inútil del Plan Centinela.
Ahí sobreviven victoriosos el Hotel-restaurante-café bar el Bombín, la Taberna el Faro de mala muerte pero de mucha tradición, en espera de desperdigados gringos con pocos dólares y mucha sed.

Para sorpresa del visitante tiene una mejor cara: está limpio, no hay basura desperdigada en banquetas, o suelo.
Hay contenedores en su lugar, pintados y sobre las paredes de hoteles, cantinas, farmacias, tiendas de curiosidades o peleterías los extranjeros tratando de conseguir un dinerito vendiendo dulces, golosinas, papitas o aguas frescas.
No faltan los vendedores entre las filas de siempre de carros y de los que tratan de aprovechar los de seguros por día para ir al otro lado del Rio Bravo.
Ya en la 16 de Septiembre las letras recién pintadas de Juárez se hacen sentir.
Vibran. Imponen, Invitan, retan, alientan y Abren sus brazos por igual al visitante.

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Ahí a sus espaldas las tiendas para recibir a los ciudadanos para que sepan lo que buscan las Reformas al Poder Judicial.
El museo que todos saben está ahí se pierde entre tendidos, tenderetes, puestos, lonas, policías en bola patrullando no sabe uno para quien o bolseando descaradamente a malillas y teporochos.
Ahí compiten esos predicadores envueltos en su propia interpretación de algo que parece Evangelio con el se;or de las gorras, los llaveros, los protectores de brazos pa la calor, aguas frescas rebosantes de moscas con harto hielo, tepache.

Es domingo y a mediodía cuando el sol cae a plomo se acomodan los músicos de rock clásico, que tocan chida pero no tan escandalosos como los cumbieros, los improvisados baladistas con pistas, que casi pelean con los payasitos pelados y fáciles para el albur.
Un kiosco con arengas, guardias de seguridad resguardando la entrada al camión nuevo que va por abajo en la 16 de Septiembre, enfrente el mercado de ropa, la Vicente Guerrero custodiado por Pachucos, masajistas, buhoneros, vende productos maravilla y los malillas de siempre.

El Atrio de Catedral y la Misión de Guadalupe tratan de cobijar con sus rezos a la grey católica dispersa, despistada y metida en lo suyo, menos en darle un respiro a su corazón.
Y La presidencia Vieja altiva, segura, hermosa y quieta saluda a los que desean irse a probar suerte el chuco.
Un Juárez abierto, franco, amigable, solidario, macizo, alegro, directo, bullanguero lleno de todo lo que haga falta al que llegue pa lo que sea: es siempre agradable sentirlo.
Un Juárez resiliente, bravo, Indomable y al mismo tiempo cercano, cálido y entra;able.

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